Los comienzos de temporada…

19 octubre 2011

A sabiendas de que la noche sería larga y de que las horas de sueño serían pocas o ninguna, me puse a preparar los aperos para la jornada que iba a inaugurar la temporada de caza 2011/2012.

Me empuñé las botas, me despijamé y me calcé la ropa que me vestiría la mañana siguiente. Me coloqué la canana, a esas horas ya preparada con los cartuchos que no gastaría y me sobrepuse el morral. El anhelo de esas mañanas frías en las que el campo se deja helar y a medida que el sol va saliendo, la jornada se vuelve más agradable me invadió por dentro, tras una vehemente espera.


Con mi querido Nerón a cuestas y con mi amigo Meteoro como compañero e instructor de la jornada, pasamos la mañana de caza con más pena que gloria. El aire nos acompañó durante toda la jornada y aunque refrescó respecto a los días anteriores, los perros acusaron su primer día de la temporada. Con el optimismo que me caracteriza para la caza y no para otras facetas del sendero biográfico, regresé a casa con una sonrisa de oreja a oreja por las dos o tres faenas que realizó el perrillo y con el come-come de no haber premiado el trabajo que realizó el animal en un terreno para expertos y con la corta edad de cinco meses.  Lee el resto de esta entrada »


Buen día de caza entre podenqueros

15 diciembre 2010

Se remontaban meses atrás las invitaciones a campear, a salir de caza, pero hasta el miércoles pasado no tuve el placer de disfrutar una de las invitaciones que mi amigo, José Mariscal, me hacía cada vez que hablábamos vía telefónica.

Con mi padre y mis dos perros a cuestas, puse rumbo hacia el coto de José, limítrofe con Madrid, pero perteneciente a Guadalajara. La mañana prometía, y estaba seguro de que alguna pieza nos haría frente.

Al llegar, tanto mi amigo, como su compañero de caza, Toño, nos estaban esperando. Llegábamos unos minutos tarde. Tras los saludos pertinentes, yo me monté en el coche de José y partimos hacia su coto. Mi padre, nos seguía detrás con nuestro coche.

¡Qué buena pinta tenía el terreno! Yo ya lo conocía, era el mismo coto que cacé hace poco, dónde solté las codornices para que los cachorros espabilasen. Sé que había conejo, ya que cuando estuve, los perros no hacían otra cosa que irse tras ellos.

No tardaron en montar las escopetas, sacar  los perros y empezar a cazar. Pero menos aún tardaron las primeras piezas en dar la cara, un bando de perdices que Toño tiró algo lejos. Como buenos cazadores, comenzaron a acelerar el ritmo, ya que la mañana se había decantado por la pluma, al tener la suerte de sacarlas tan pronto. En el vaivén de la caza, Toño tuvo un percance, cayéndose encima de la escopeta y clavando el cañón de esta en el barro. Decidimos irnos hacia el coche, limpiar la escopeta y tomar el almuerzo.

Sin demorarnos mucho, pensamos en dar otra vuelta, esta vez,  algo más conejera pero sin perder a las perdices de vista. Los perros consiguieron mover algún que otro conejo, sobre todo, la perra veterana de José, Taracena, que volcó un conejo desde una ladera a otra, y que algunos perros aprovecharon para pegarle una carrera.

Nos estábamos decantando por los conejos, cuándo dos perdices dieron la cara, y el compañero de José pudo abatir una de ellas. Por fin, y tras cinco vuelos, se dejaban ver. José y yo, subimos la ladera para irnos definitivamente a por los conejos, cuando Romerales, el perro más experimentado de Toño salió tras un rastro, éste lo siguió y consiguió abatir la segunda perdiz.

Continuamos la mañana de forma menos acelerada, que es como se debe cazar el conejo, dejando trabajar a los perros. Se iban moviendo algunos, pero en un terreno tan duro como aquel, no había posibilidad de tirarlos.

Espeluznante, es el calificativo que se merece el lance que protagonizó la cachorra de seis meses, de nombre Fauna, al sacar un faisán de un chaparro. Poco le faltó para sucumbir ante la dentellada de la perra. ¡Qué bonito! ¡Cómo me gustó la perra!

Poco después, se abatió un conejo, que según narra mi padre, fue un lance precioso, pena no tener el placer de poder degustarlo. Toño, nos tuvo que dejar a media mañana, ya que tenía que trabajar, pero nosotros continuamos cazando en los barrancos, y, aunque no tuvimos suerte, disfrutamos con el trabajo de los perros.

Fue una mañana estupenda, y aunque hubo algún percance con mi perra, pudimos disfrutar del buen día de caza entre amigos, que esperemos, pronto podamos repetir. Las perras de José, me encantaron, sobre todo la cachorrita de talla chica que a pesar de ser la más pequeñaja, tiene más genio que ninguna.  ¡Gracias por el día que pasamos!

 


¡Frío, Frío y más frío!

5 diciembre 2010

Ayer tuve la gran suerte de ser invitado a un coto de Toledo, por supuesto, a cazar. Este, formado por monte bajo de romero, esparteras y sobre todo, decorado por grandes piedras en la que subirse para ver el trabajo de los perros, es uno de los terrenos en los que más me gusta cazar, ya que, además de tener conejos puedes disfrutar observando a tus canes.

Tras recibir la invitación, tuve que prepararme corriendo, ya que fue una cosa esporádica. Ni diez minutos tarde en vestirme, coger todos los bártulos y bajar. Tras una hora de viaje, llegamos al cazadero. Cuál fue mi sorpresa al sacar la escopeta de la funda, cuándo observo que tenía puesto el candado de gatillo con el que la protejo en casa, además de tenerla desmontada, por supuesto. ¡Vaya cara de tonto se me quedó, inaudita!

Como ya no se podía hacer nada, cogí las riendas de morralero,  como las temporadas pasadas. Iba disfrutando del trabajo de los perros, en su gran mayoría cachorros, que iban y venían. Poco tiempo después de salir, los perros se internan en una coscoja, y por la punta contraria salé un conejo, que con un segundo disparo consiguió abatir mi amigo. Los perros, un poco perdidos, tardan en cobrarlo, pero al final, dan con él.

Continuó la tarde entre frío, aire y nieve, pero estábamos echando una buena jornada de caza en tierras toledanas, acompañados por el buen hacer de los perros, no nos podíamos quejar. Llevé yo, la mitad de la jornada la escopeta, sin más suerte que el poder ver un conejo a lo lejos, muy lejos. Y una vez le di la escopeta a mi compañero, para atarme los cordones, empezaron a pasar palomas, pero como ya era tarde, y quedaba una buena caminata hasta el coche, tuvimos que irnos, ya que se nos hacía de noche.

La verdad, es que echamos un buen rato de caza, en el que disfrutamos bastante. Si bien es cierto, que las condiciones ambientales no eran las mejores, aguantamos y pudimos disfrutar. Agradecer desde aquí la invitación, aunque el error mío fue grande.

 


Parecía que me estuviese pidiendo perdón…

31 octubre 2010

El martes, cuando acudí a la perrera para echar de comer, lavar y dar una vuelta a mis perros como hago a diario, parecía que la perra me estuviese pidiendo perdón… Perdón parecía que me estaba pidiendo, por el percance que comenté en mi diario de caza. La perra, el sábado pasado no quería montar en el carro, porque antes de empezar a cazar una perra le había mordido y atacado dentro de él. Al final, vino a mí tras más de media hora de  «senderismo”, de noche y en una finca de ganado bravo.

Aunque todos los días voy a la perrera, el  lunes, por motivos laborales, que no por irme de fiesta no pude acudir y encomendé a mi padre, segundo amo de los perros, que fuese a hacer las labores que a diario, yo más que él, realizamos. Me comentó que la perra se comporto de manera extraña, algo asustadiza pero muy cercana.

El martes, me tocó ir solo a la perrera, y desde el primer momento en que llegué note un comportamiento anormal en la perra.  Como bien dice el título de esta entrada, parecía que me estuviese pidiendo perdón. La perra, posaba sus patas delanteras en mis piernas, como acostumbra para que yo la mimase un poco, pero una vez acariciada, venía lo extraño, volvía y volvía a subirse, sin parar. Cuando los saqué a dar la vuelta, en cuanto me paraba, volvía a subir, pero no sólo quedo la cosa ahí, en vez de desfogarse y dar sus típicas correrías, se quedaba detrás de mí, o a lo sumo, se ponía a mi lado. En cuanto me paraba, otra vez, repetía la operación de subirse a mis piernas para recibir caricias.

La verdad, es que yo no le negué ninguna, a sabiendas de que los demás días no estaría así, pero cuanto menos, me llamó la atención el comportamiento de la perra, que parecía saber que lo que hizo no estuvo bien.

Les había preparado para ese día, una lata carne junto a arroz cocido, para que no se vengan abajo con las salidas en temporada. Además, al llegar a la perrera, añadí un poco de pienso al mejunje. Separado en dos recipientes, el combinado fue servido a los degustadores y me extrañó que la perra se me quedara mirando sin pegar bocado… Me empecé a preocupar, cogí un poco de comida con las manos y se la arrimé, con ganas, empezó a comer como una descosida. Repetí la operación hasta que el recipiente quedó vacío y a ella, se le notaba el atracón que se acababa de pegar.

Nunca me había imaginado que un perro, un compañero de caza, un animal al fin y al cabo, pudiera hacer esto. No sé a que fue debido, si fue por casualidad o fue una disculpa, el caso es que si los perros me tenían ganado el corazón, ahora lo poseen.

Los demás días se ha comportado tan normal como acostumbraba antes del percance.

Por sí a alguien le cabe la menor duda de que la perra estaba asustada por mí culpa, diré a mi favor que nunca le he puesto una mano encima a un perro y que jamás lo haré, los que me conocen saben que quiero demasiado a estos animales para poder hacer determinadas cosas. Hago esta declaración, porque sé, que de todo hay en la viña del señor  🙂


ESTRENO DE LA TEMPORADA 10/11

24 octubre 2010

Marcaba el reloj las cinco y treinta y tres minutos, cuando mi padre y yo, cogimos los bártulos, bajamos al garaje y pusimos rumbo hacia la perrera, dónde recogimos a los canes, los metimos en el trasportín y nuevamente, pondríamos rumbo, ésta vez a Navalmoral de la Mata.

Una vez en autopista, y yendo yo al volante, se me cruzo un conejo, pobrecillo mío… Nada pude hacer.

Algo antes de las ocho, llegamos a Navalmoral, dónde me esperaba mi amigo Jesús, y  su padre, Julián, junto a Vicente y su sobrino, que cazarían con nosotros esa mañana. El terreno elegido, era un arroyo, en terreno libre, por lo que no teníamos grandes expectativas, tan solo disfrutar de los perros y hacer lo que pudiésemos.

A la izquierda, Juan. A la derecha, Jesús.

En el arroyo, poco movimiento hubo, por no decir, nada. Los perros jiparon algún conejo, se calentaron un par de veces, pero ninguno dio la cara. Mis perros, que nunca habían cazado en arroyo y menos, en un sitio con tampoca caza, no entraban al arroyo y cazuquearon por fuera, aunque de ley es decir, que cuando les dio el rastro del conejo, entraron. La que más lucho, una perrilla de Jesús, ya vieja, pero que no pierde el instinto, casi sorda y con algo menos de  vista que cuando era joven, luchó contra las zarzas sin parar un momento. Buenos momentos les ha dado esa perra a Julián y a su hijo…

Una vez cazado el arroyo, nos fuimos hacía un terreno sembrado de tabaco, en el que los perros se movieron bien, pero lo único que obtuvieron a cambio es una suave ducha en agua y barro.

Habíamos dado todo el terreno que allí había, y poco después de las doce nos marchamos a otro terreno, de dehesa muy bonita y en el que ya cacé el año pasado. Lo batimos bien batido, pero no sacamos nada, así que decidimos irnos hacia la parcela de Jesús. Nos despedimos de Vicente y su sobrino, que se irían hacia su pueblo después de una buena charla como no, de caza.

Cuando llegamos a la finca de Jesús, estaba Juan esperándonos, un amigo de ambos que por la mañana había cazado en su coto, con la buena suerte de matar un gallo banda. Tras un efusivo saludo, entramos a la finca y poco después, llegó la familia al completo de Jesús, que nos preparó unas exquisitas migas y nos agradó con su sencillez y buena calidad humana. ¡Gracias departe de mi padre y de mí!

Por la tarde, tanto mí padre como Julián se quedaron en la finca, y los tres jóvenes nos fuimos a la aventura. Nos pateamos media dehesa extremeña, pero sólo conseguimos ver palomas y más palomas, claro está, a lo lejos.

Ya estaba anocheciendo, cuando nos acercamos a una charca, y me dicen tanto Juan como Jesús que me acerque yo solo, con mis perros, a ver si tenía la suerte de toparme con algunos patos. Y así fue, un único pato que salió en dirección a un toro y que no le pude disparar hasta ir ya bastante lejos, pero se fue, otra vez será…

Por lo menos, ya habíamos visto algo desde cerca, pero no todo iba a acabar así… Después de estar todo el día sin ver nada desde cerca, en el último cuarto de hora, tiré a otro pato, Juan tiró a otros dos, y cada uno de nosotros abatimos  un tordo curiosamente sin apuntar ninguno, porque disparamos al “montón”, un bando impresionante, de documental.

Decidimos irnos al coche porque se nos hacía de noche y recoger a los perros. Ahí vino el mayor percance del día, Hera, mi podenca andaluza no se quería recoger, había tenido un pequeño percance en el carro con una perra de Jesús y se llevó un diente marcado y algún arañazo, nada grave, pero la perra no quería ver el carro. Tuve que soltar a Atila, mi maneto, y andar de noche un buen rato hasta que pude hacerme con ella y pegarles algunas voces para que viniesen a buscarme. De los peores ratos, sino el peor, que he pasado en cuanto a caza se refiere, aunque una cosa teníamos clara, ninguno de los tres nos íbamos a ir de allí sin la perra.

En definitiva, buen día de caza, aunque las piezas no diesen la cara, pero lo importante es que salí al campo con buena gente y buenos amigos, que es lo importante. Además, los perros trabajaron bien para ser el primer día, la perra se tiró casi toda la tarde detrás de mí, pero el perro no paro en todo el día. No sé si sería debido al aburrimiento por no ver nada y estar acostumbrada a ver mucha caza, o por cansancio… Me gustó mucho la perra de Juan, una braca alemana.

Espero que podamos disfrutar de muchos más días.


SEGUNDO DÍA DE DESCASTE DE CONEJOS

22 julio 2010

Hoy, día 22 de Julio he ido por segunda vez al descaste de conejos sin perro. Como ya es tradición en mí, me acosté tarde porque sabía que no dormiría de los nervios, y tras varias horas deambulando por la cama, decidí levantarme, eran las cuatro y veinte de la mañana.

Cuando me preparé y recogí el almuerzo, tuve que esperar un buen rato, y harto de esperar me despedí de mis padres, y me baje a la calle cuando el reloj aún no marcaba las cinco y media. Aproveché para llamar a mi gran amigo Xuso, que sabía que estaría despierto y así charlar un ratito, cuando digo ratito, digo hasta las seis, ya que a esa hora vino el compañero con el que voy, y nos fuimos hacía el coto.

Un poquito antes de las ocho empezamos a cazar, yo iba de morralero y vi como se escapaban siete u ocho conejos, que muy listos ellos, escogían el mejor sitio para huir. Daniel, el compañero, tuvo la escopeta hasta las nueve menos cuarto, tiempo en el que cazó dos conejos, y digo tuvo, porque a partir de ahí me dio su canana repleta de cartuchos y su escopeta y me dijo: ¡a cazar!

No se harían esperar mucho las oportunidades, ya que empezamos a cazar en una zona de monte bajo poco espeso, donde se ven bien los conejos, sobre todo si te subes a las grandes piedras que por allí surcan el suelo.  Y las dos primeras que salieron, tuve la suerte, de aprovecharlas, el primero lo deje correr, quizá demasiado, hasta llegar a menos de un metro de la boca, donde recibió el disparo y se metió en la madriguera chillando, cosa que me da una rabia brutal, pero no lo pudimos coger. La segunda oportunidad, salió poco después, cuando estaba encima de una piedra con varios metros de altitud donde se divisaba todo el terreno alcanzable por la escopeta muy bien, salió un conejo con las orejas pegadas al cuerpo y le pegué un tiro, nada, y en el segundó  le abatí, aunque no le pegué del todo bien y todavía ando un par de metros. Mi primer conejo cazado de verdad, y cobrado ¡qué ilusión, estaba nerviosísimo!

Tras este pequeño festival de emociones, sentimientos y felicitaciones de los compañeros, seguimos en la faena.  Pasamos de cazar monte bajo poco frondoso, a meternos en pastizales que te cubrían por el ombligo y en los que caminar era difícil. Fue aquí donde más pudimos disfrutar, los dos cazadores que íbamos, y eso que no abatimos ningún conejo en este lugar, pero era emocionante verlos tan ágiles y como te ganaban la partida, ya que no te daba tiempo ni a apuntar porque no se les veía.

Para finalizar la mañana,  dimos una vuelta a unos pastos de mediana altura, y sería aquí donde los conejos más se reirían de mi juventud e inexperiencia. Conseguí sacar un mismo conejo cinco veces por oído, cada vez que se corría le situaba, y le volvía a sacar, saliéndome de los pies y volviéndose. Hasta que se fue detrás de una piedra alta, en la cual me subí, y le pude disparar un tiro, el cual herré, el conejo se cambio de pastizal y conseguí volverlo a sacar, otro tiro, y a criar buen amigo, me ganaste la partida.

En definitiva, una mañana muy buena y emocionante, con mucho aire que refrescó el ambiente. Vi muchos conejos parados a los que no disparé, otros tantos, que me salieron en los pastos altos y no me dio tiempo a dispararlos, y nueve o diez más que si disparé a tenazón y se fueron a criar. Me reiteró en el comentario del otro día, es un  coto muy bueno, con buena densidad de conejo, hoy no he visto perdices ni liebres, pero si muchas palomas torcaces y codornices. Estas últimas, nos alegraron la mañana con su canto.