Marcaba el reloj las cinco y treinta y tres minutos, cuando mi padre y yo, cogimos los bártulos, bajamos al garaje y pusimos rumbo hacia la perrera, dónde recogimos a los canes, los metimos en el trasportín y nuevamente, pondríamos rumbo, ésta vez a Navalmoral de la Mata.
Una vez en autopista, y yendo yo al volante, se me cruzo un conejo, pobrecillo mío… Nada pude hacer.
Algo antes de las ocho, llegamos a Navalmoral, dónde me esperaba mi amigo Jesús, y su padre, Julián, junto a Vicente y su sobrino, que cazarían con nosotros esa mañana. El terreno elegido, era un arroyo, en terreno libre, por lo que no teníamos grandes expectativas, tan solo disfrutar de los perros y hacer lo que pudiésemos.
A la izquierda, Juan. A la derecha, Jesús.
En el arroyo, poco movimiento hubo, por no decir, nada. Los perros jiparon algún conejo, se calentaron un par de veces, pero ninguno dio la cara. Mis perros, que nunca habían cazado en arroyo y menos, en un sitio con tampoca caza, no entraban al arroyo y cazuquearon por fuera, aunque de ley es decir, que cuando les dio el rastro del conejo, entraron. La que más lucho, una perrilla de Jesús, ya vieja, pero que no pierde el instinto, casi sorda y con algo menos de vista que cuando era joven, luchó contra las zarzas sin parar un momento. Buenos momentos les ha dado esa perra a Julián y a su hijo…
Una vez cazado el arroyo, nos fuimos hacía un terreno sembrado de tabaco, en el que los perros se movieron bien, pero lo único que obtuvieron a cambio es una suave ducha en agua y barro.
Habíamos dado todo el terreno que allí había, y poco después de las doce nos marchamos a otro terreno, de dehesa muy bonita y en el que ya cacé el año pasado. Lo batimos bien batido, pero no sacamos nada, así que decidimos irnos hacia la parcela de Jesús. Nos despedimos de Vicente y su sobrino, que se irían hacia su pueblo después de una buena charla como no, de caza.
Cuando llegamos a la finca de Jesús, estaba Juan esperándonos, un amigo de ambos que por la mañana había cazado en su coto, con la buena suerte de matar un gallo banda. Tras un efusivo saludo, entramos a la finca y poco después, llegó la familia al completo de Jesús, que nos preparó unas exquisitas migas y nos agradó con su sencillez y buena calidad humana. ¡Gracias departe de mi padre y de mí!
Por la tarde, tanto mí padre como Julián se quedaron en la finca, y los tres jóvenes nos fuimos a la aventura. Nos pateamos media dehesa extremeña, pero sólo conseguimos ver palomas y más palomas, claro está, a lo lejos.
Ya estaba anocheciendo, cuando nos acercamos a una charca, y me dicen tanto Juan como Jesús que me acerque yo solo, con mis perros, a ver si tenía la suerte de toparme con algunos patos. Y así fue, un único pato que salió en dirección a un toro y que no le pude disparar hasta ir ya bastante lejos, pero se fue, otra vez será…
Por lo menos, ya habíamos visto algo desde cerca, pero no todo iba a acabar así… Después de estar todo el día sin ver nada desde cerca, en el último cuarto de hora, tiré a otro pato, Juan tiró a otros dos, y cada uno de nosotros abatimos un tordo curiosamente sin apuntar ninguno, porque disparamos al “montón”, un bando impresionante, de documental.
Decidimos irnos al coche porque se nos hacía de noche y recoger a los perros. Ahí vino el mayor percance del día, Hera, mi podenca andaluza no se quería recoger, había tenido un pequeño percance en el carro con una perra de Jesús y se llevó un diente marcado y algún arañazo, nada grave, pero la perra no quería ver el carro. Tuve que soltar a Atila, mi maneto, y andar de noche un buen rato hasta que pude hacerme con ella y pegarles algunas voces para que viniesen a buscarme. De los peores ratos, sino el peor, que he pasado en cuanto a caza se refiere, aunque una cosa teníamos clara, ninguno de los tres nos íbamos a ir de allí sin la perra.
En definitiva, buen día de caza, aunque las piezas no diesen la cara, pero lo importante es que salí al campo con buena gente y buenos amigos, que es lo importante. Además, los perros trabajaron bien para ser el primer día, la perra se tiró casi toda la tarde detrás de mí, pero el perro no paro en todo el día. No sé si sería debido al aburrimiento por no ver nada y estar acostumbrada a ver mucha caza, o por cansancio… Me gustó mucho la perra de Juan, una braca alemana.
Espero que podamos disfrutar de muchos más días.